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jueves, 21 de julio de 2011

Nuestra relación con Dios de Alexcbit Pérez, el jueves, 30 de junio de 2011 a las 20:12

                                                      Es muy importante percibir como es que los niños se relacionan con sus padres. Es importante que los niños se acostumbren a la relación con los padres desde muy tempranito. Es en esa conjugación de diálogos, de vivencias que los pequeños van teniendo confianza en los padres, que los padres se van apasionando por los pequeños. Cuando somos pequeños o cuando vemos la relación de los niños con sus padres, con los adultos, percibimos como es curiosa la visión que los niños tienen de sus padres. Parece que los padres son gigantes, son todo poderosos, los padres lo pueden todo. Los niños confían en sus padres ciegamente. A cualquier problema en la calle: Voy a contárselo a mi padre. Cualquier dificultad: Voy a quejarme a mi madre. Eso porque los niños confían firmemente en la figura de ese matrimonio, de sus padres.
Cuando pensamos en eso notamos que, en función de esa confianza total e ilimitada que los niños tienen en sus padres, ellos también creen que sus padres lo pueden todo y, por eso, les piden de todo. Los niños no tienen la noción del límite. Ellos quieren, ellos piden, las veces pernada, baten pies, porque imaginan que sus padres no les están dando nada porque no quieren dar. No hay idea de las dificultades que los padres tienen para atender a sus gustos, a sus caprichos, a sus necesidades. Esa es una visión de los niños. Es de su baja edad, es de su nivel psicológico ese tipo de percepción de la vida y de sus padres. Para los niños, la casa en que nació, la casa en que vivió cuando pequeño era gigantesca, inmensa, relativamente a su propio tamaño. Entonces, se entiende que el mirar de los pequeños envuelve a los mayores con una cierta magia. Es una visión mágica. Si el niño quiere colocar la mano en el techo, pide al padre que le coloque sobre los hombros. Su padre puede. Cuando el niño desea comprar una cosa nueva apela para su madre, corre a la Shopping Center, al mercado, a la tienda, a la feria. La madre puede.
Cuando nos damos cuenta de las primeras edades de la Humanidad, parece que estábamos delante de los niños al frente de sus padres. También la Humanidad, en sus horas primarias, tenía ese tipo de relación con Dios. No conseguía entender exactamente la función de Dios en la psicología humana, no conseguía percibir que las cosas que deseaba no siempre podían ser dadas por Dios. Tenía una concepción de la vida mágica, mítica, mitológica. Dios era capaz de amar y de odiar, de matar a quien nos lleve la contraria, como si aquellos que nos contrariasen también no fuesen Sus hijos. Esa era una concepción de la Humanidad en sus comienzos.
Fuimos aprendiendo a tener una relación curiosa con la Divinidad, una relación extraña con Dios, que representa ahí a las figuras de nuestros padres, una vez que Dios carga en sí, en su realidad cósmica, la duplicidad de padre y madre. Dios es Padre y Madre. Madre porque nos engendro, Padre porque nos mantiene. Dios alberga en Su figura, en el entendimiento que dé El tenemos, esa dualidad cósmica de los dos géneros, de padre y madre. La Humanidad entonces, desde siempre, aprendió a hacer cambios con Dios. Si yo gano esto, yo hare aquello. Y comenzamos el proceso de hacer ofrendas a la Divinidad para agradarla. Los niños comienzan a hacer eso con sus padres desde pequeños. ¿Qué me vas a dar si yo hago esto? ¿Qué vas a hacer conmigo si yo digo esto? Estamos llegando, no obstante, al punto de tener en Dios nuestro Padre Mayor, la Inteligencia Suprema del Universo entero. Por causa de eso observamos nuestra condición delante de Él: la condición de hijos, de sus criaturas buscando, a lo largo del tiempo que pasa, mejorar nuestro relacionamiento con la idea de Dios, mejorar nuestra vivencia, a partir de la idea de Dios.
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En la medida en que la Humanidad va madurando, podemos percibir que esa relación con la idea de Dios, esa relación con nuestro Padre, también va ganando un fórum de madurez. Entendemos que de Él provienen todas las cosas. De Dios vienen todas las bendiciones, todo cuanto tenemos, todo cuanto somos, todo cuanto queremos, en nivel material. Ahora, entendemos también en nivel espiritual. Si. Ya nos damos cuenta, a lo largo de las edades, por las experiencias de aciertos, de errores, de caídas, de levantarse que todos somos Espíritus, somos creaciones de Dios, seres espirituales. Y como seres espirituales no albergamos solamente necesidades en el plano de la materia, mas fundamentalmente cargamos necesidades en nivel espiritual, en el plano del alma, del ser inmortal. En términos materiales necesitamos de comer, de beber, de vestir, de morar, de remedios, delante de las necesidades del cuerpo, pero aprendemos que esas necesidades deben ser suministradas a través de nuestro trabajo: nuestra lucha en la tierra, nuestro cotidiano de salir, de ir a la oficina, de ir a la gleba, de ir al escritorio, de ir al consultorio. Ya sabemos que la vida material debe ser suplida por nosotros, ¿pero donde es que Dios entra en esa cuestión? Dios entra en esa cuestión cuando nos da salud, cuando nos permite el tiempo, cuando nos abre oportunidades para qué, entonces, en el ejercicio de nuestra inteligencia, podamos trabajar, ganar nuestro pan diario, vestirnos, vivir bien o vivir mal y todas las demás necesidades del mundo material.
En el nivel de vida espiritual, en el campo del alma, necesitamos de Dios porque es El que nos indica rumbos. Por causa de eso nos ha enviado a la humanidad, desde tiempos más prístinos, desde las épocas más remotas, Sus mensajeros. La historia nos da noticias de Zoroastro, de Hermas, de Buda, de Lao-Tse, de Confucio, de Moisés, de Jesús Cristo. A lo largo de los años, en el seno de los varios pueblos, Dios fue mandando mensajeros Suyos, hijos Suyos más adelantados, hijos Suyos más de desarrollados, más evolucionados, para que ayudasen a los hermanos en el comienzo de la carrera, en el comienzo de la escolaridad. Y todo eso nos va a permitir marchar para ese gran Cosmos que nos aguarda. Nuestra relación con Dios comienza a tornarse más madura. Tuvimos necesidades de comprenderlo y ahí fueron siendo creados las religiones, las creencias, los misterios, el mito. En esa actualidad del mundo, ya contamos con la posibilidad de entender mejor la idea de Dios y percibir que Dios no puede ser entendido por nosotros de manera antropomórfica, como si El fuese un ser humano o un humanoide. Dios es algo, no puede ser alguien. Si Dios fuese alguien tendría que haber sido creado por alguien. Dios es algo. Y nuestra necesidad filosófica y nuestra capacidad de discernimiento nos dice que, para que El sea el Creador del Universo, tiene que ser el Creador no creado.
En este exacto momento del mundo, tenemos mucha dificultad de comprender un Creador que no haya sido creado. Solamente en el campo de las especulaciones filosóficas es como admitimos esto. Y, por admitir Dios como Creador no creado del Universo, podemos muy bien trabajar en el sentido de que nuestra relación con El sea la más madura posible, verificando aquello que es compromiso nuestro, el de mejorarnos, de hacer esfuerzos, de respetarnos recíprocamente, de amarnos unos a otros, de cuidar, en fin, de nuestra vida interior, de trabajar, de colocar nuestro cuerpo en la dinámica que necesita tener: el trabajo, la gimnasia, el deporte, el tiempo libre, para bien conservar esta máquina, en cuanto el Espíritu marcha a pasos largos unos, o pasos más cortos otros, pero todos marchando al encuentro del Gran Padre. Nuestra relación con Dios, día a día, va madurando y, con ese objetivo que surgió en la tierra el pensamiento de la Doctrina Espirita a enseñarnos a ver a Dios, el Padre Creador, como la inteligencia Suprema del Universo y la Causa causadora de todo.
Raúl Teixeira
Transcrição do Programa Vida e Valores, de número 169, apresentado por Raul Teixeira, sob coordenação da Federação Espírita do Paraná. Programa gravado em setembro de 2008. Exibido pela NET, Canal 20, Curitiba, no dia 27.09.2009. Em 07.01.2010.
Traducido por Jacob.
Difundido en este medio por: Alexander Pérez.

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